viernes, 9 de marzo de 2018

FRANCISCA AGUIRRE

FRANCISCA AGUIRRE



La espera

Lo mejor  que podemos hacer es no asustarnos.
Ya sé que no resulta fácil atenazar el miedo.
Pero también el miedo une. Es cuestión de saberlo
y no menospreciar esa sabiduría .

Calma , mucha calma,
en medio del terror también se puede tener calma;
casi diría que es imprescindible.
Moverse  con cuidado, calcular bien los movimientos:
un paso en falso puede significar la destrucción.

Miedo, naturalmente. Mucho miedo:
nadie quiere desintegrarse.
Pero también el miedo integra. No olvidarlo.
Por descontado: esa tarea no resulta alegre,
pero en casos como el presente
lo más seguro es ver los hechos con realismo.
Nada ayuda tanto como la realidad.

Lo mejor que podemos hacer
Es mirar con afecto a la consolación;
cuando se tiene miedo los consuelos no se desprecian.
Cualquiera se puede morir,
pero morir a solas es más largo.

Y si el miedo sigue creciendo,
apoyar una espalda contra. Alivia.
Infunde cierta seguridad
mientras dura la espera. Telémaco, hijo mío.

Fiesta

Cae el domingo sobre mí,
cae
con esa lentitud de las cosas finales,
también con esa descomposición
 de las cosas sin causa,
de lo que vive sin objeto,
de lo que empieza en algo que se cierra;
cae
como una lluvia fina desde un cielo sin nubes:
llueve el domingo para nadie,
como un suceso desmentido,
como un cadáver que tuviera fiebre;
cae
y también caigo yo,
y cae tal vez el mundo,
y todo cae hacia no sé qué sitio,
y como un río va cayendo,
o simplemente como un domingo cae,
como un número abandonado
que perdió su sentido
cuando abrimos la mano
para que la hoja blanca
resbalara de nuestra palma hacia la tierra.

(ITACA – 1966-1971)



Homenaje I

Me moriré en Madrid
un día cualquiera
me moriré sin aguacero
me moriré
sin que suceda nada
sin que nadie me pegue
sin causa sin motivo
me moriré
de un silencio mayor que yo
mayor que el mundo.
Y se me irán quedando
marchitas las palabras
y se me irán cayendo
como las hojas de los árboles
y el silencio
como un musgo veloz
me irá invadiendo
hasta dejarme muerta
y silenciosamente.

Nada nos quedará, pero esa nada…

Dejaremos atrás la telarañas,
los días brillantes y las noches tibias.
Dejaremos atrás los proyectos acosadores,
las tan ardientes frustraciones,
los actos y los días repetidos.
Dejaremos atrás los nombres que nos habitaron,
las furias que nos arrasaron,
las ansias que nos agruparon,
el miedo que nos desintegró.
Todo lo dejaremos atrás
y nada olvidaremos nunca,
porque no somos asesinos.
Nada nos quedará, pero esa nada
tendrá la imprecisión de lo que avanza  y  vive,
su medida azarosa,
y será suficiente para llenar esa otra nada
que abarca el breve espacio de una vida.
(LOS TRESCIENTOS ESCALONES 1973-1976)

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