La espera
Lo mejor que podemos hacer es no asustarnos.
Ya sé que no
resulta fácil atenazar el miedo.
Pero también
el miedo une. Es cuestión de saberlo
y no
menospreciar esa sabiduría .
Calma , mucha
calma,
en medio del
terror también se puede tener calma;
casi diría que
es imprescindible.
Moverse con cuidado, calcular bien los movimientos:
un paso en
falso puede significar la destrucción.
Miedo,
naturalmente. Mucho miedo:
nadie quiere
desintegrarse.
Pero también
el miedo integra. No olvidarlo.
Por
descontado: esa tarea no resulta alegre,
pero en casos
como el presente
lo más seguro
es ver los hechos con realismo.
Nada ayuda
tanto como la realidad.
Lo mejor que
podemos hacer
Es mirar con
afecto a la consolación;
cuando se
tiene miedo los consuelos no se desprecian.
Cualquiera se
puede morir,
pero morir a
solas es más largo.
Y si el miedo
sigue creciendo,
apoyar una
espalda contra. Alivia.
Infunde cierta
seguridad
mientras dura
la espera. Telémaco, hijo mío.
Fiesta
Cae el domingo
sobre mí,
cae
con esa
lentitud de las cosas finales,
también con
esa descomposición
de las cosas sin causa,
de lo que vive
sin objeto,
de lo que
empieza en algo que se cierra;
cae
como una lluvia
fina desde un cielo sin nubes:
llueve el
domingo para nadie,
como un suceso
desmentido,
como un
cadáver que tuviera fiebre;
cae
y también
caigo yo,
y cae tal vez
el mundo,
y todo cae
hacia no sé qué sitio,
y como un río
va cayendo,
o simplemente
como un domingo cae,
como un número
abandonado
que perdió su
sentido
cuando abrimos
la mano
para que la
hoja blanca
resbalara de
nuestra palma hacia la tierra.
(ITACA – 1966-1971)
(ITACA – 1966-1971)
Homenaje I
Me moriré en
Madrid
un día
cualquiera
me moriré sin
aguacero
me moriré
sin que suceda
nada
sin que nadie
me pegue
sin causa sin
motivo
me moriré
de un silencio
mayor que yo
mayor que el
mundo.
Y se me irán
quedando
marchitas las
palabras
y se me irán
cayendo
como las hojas
de los árboles
y el silencio
como un musgo
veloz
me irá
invadiendo
hasta dejarme
muerta
y
silenciosamente.
Nada nos quedará, pero esa nada…
Dejaremos atrás la telarañas,
los días brillantes y las noches tibias.
Dejaremos atrás los proyectos acosadores,
las tan ardientes frustraciones,
los actos y los días repetidos.
Dejaremos atrás los nombres que nos habitaron,
las furias que nos arrasaron,
las ansias que nos agruparon,
el miedo que nos desintegró.
Todo lo dejaremos atrás
y nada olvidaremos nunca,
porque no somos asesinos.
Nada nos quedará, pero esa nada
tendrá la imprecisión de lo que avanza
y vive,
su medida azarosa,
y será suficiente para llenar esa otra nada
que abarca el breve espacio de una vida.
(LOS TRESCIENTOS ESCALONES 1973-1976)
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